Autumn Castle

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martes, 22 de enero de 2008

Y luego hablan de racismo

El pasado mes de Julio, en la Plaza de las Mercedes, hubo un apuñalamiento: un menor asestó una cuchillada a otro bien entrada la madrugada que le afectó al pulmón y el corazón; gracias a una rápida actuación de los servicios de emergencia, el joven ha salvado la vida, pero la cuestión no es ya que no tengamos que lamentar una víctima mortal, que cómo un menor puede ser tan dado al navajazo, ni siquiera el hecho de que Ourense, habitualmente tranquila, no sufre semana tras semanas, varios de éstos casos.

La cuestión es que los hechos que llevaron al navajazo son de lo más estúpidos: le robaron el bolso a una amiga, y se burlaban de ella por el móvil, y cuando en un gesto de amistad el joven estaba intentando recuperar las llaves de casa de su amiga, un joven de 17 años (que el periódico local oculta bajo unas siglas que no citaré) de nacionalidad colombiana se aproximó a él, no dijo palabra alguna, y le asestó la citada cuchillada, a modo de saludo, qué tal. Y ya que no doy nombres, me ahorraré todos los presuntos y supuestos.

Sin embargo, y para añadir más idiotez a la cosa, una vez detenido, el agresor declaró no recordar nada de lo ocurrido, pese a que hubo testigos que lo señalaron, incluyendo la necesidad de declarar protegidos ante el miedo al cuchillero y a sus allegados. También es de remarcar que, aunque provisionalmente encerrado en un centro de menores, se fugó en verano cuando iba a prestar declaración y lo encontraron en Portugal hasta que ayer lo llevaron ante el juez de Menores. También quisiera remarcar el hecho de que gracias a nuestra Ley de Menores, aunque el acusado estaba a unos meses de cumplir la mayoría de edad, la pena anda entre cinco y siete años de internamiento entre la fiscalía y la acusación y la defensa, que ha aceptado delito de lesiones (no intento de homicidio, como se pedía). Delito de lesiones, tiene guasa la cosa.

Me recuerda a los apuñalamientos de la calle Pizarro, donde una banda de latinos atacaron con cuchillos, cadenas y pates de béisbol a cinco jóvenes ourensanos (ya comenté el hecho en las Crónicas del Odio hace tiempo), donde no se encontraron responsables y no pillaron a uno de toda la pandilla. O a todas las veces que grupos de latinoamericanos que no me conocían se han metido conmigo, provocándome, en San Lázaro, pleno centro de la ciudad.

Sí, racismo.

Los cojones.