Es algo asombroso ver cómo la gente se enerva en cuanto dispone de la supuesta invulnerabilidad del anonimato, escudado tras una máscara sin nombre ni historia. Cuando crees que no pueden herirte, es muy sencillo aumentar los humos, el orgullo, sentirse invulnerable. Es un arma afilada y poderosa que parece capaz de herir a cualquier persona, penetrar en su intimidad y acertar de forma certeza en el aquél donde más duele. Es una de las maravillas de Internet, verdadera fábrica de máscaras y antifaces para la farándula más abyecta, para dar rienda suelta a lo que nunca dirías a la cara y enfrentándote a la mirada (o a los puños) de quien tienes delante.
La fauna de Internet es variada, debido precisamente a la capacidad en que uno, una persona, cualquier persona, puede crearse un refugio, una identidad, una máscara al gusto y medida tan alejada o cercana como desee de la realidad (Second Live es una perfecta prueba de ello); entre los diversos especimenes tenemos a los adictos a la red, o a los hoygan, por poner dos ejemplos, aunque un producto llamativo de la capacidad ¿evolutiva? de la red son los trolls. Un troll, básicamente, es una persona que busca intencionadamente interrumpir las discusiones en Internet (por ejemplo en foros, o en blogs) o enfadar a sus participantes o usuarios, para lo que suele usar mensajes groseros, ofensivos o fuera de tema con la intención de provocar la reacción de los demás. La palabra también se usa para describir dichos mensajes.
No obstante, habitualmente el troll no conoce a su víctima o víctimas, le importa un bledo de qué se esté hablando o discutiendo y en general sus respuestas ni siquiera guardan un patrón de relación con el tema tratado en el espacio en el que se dispone a rebuznar: habitualmente. Como mis lectores pudieron ver en la entrada correspondiente al 2 de Julio de 2007, “la canción del mes…”, una tribu entera de trolls dejó sus simpáticos halagos hacia mi persona y mi situación personal que llegaron hasta una desaforada pasión que evidentemente, dejaba patente que además de conocerme, sus bocas escupían más veneno que saliva. Odios aparte, es un tanto lamentable que existan personas así, desde luego, y no puedo imaginarme quién se aburre tanto como para dedicarse a eso con esa rabia desesperada. Y sí, desde luego, ser un troll es un síntoma de inseguridad, de bajeza, de idiotez absoluta y profunda. Pero ser un troll por sentirse realizado debería ser, en definitiva, un motivo de lástima y una marca de atención para sentir compasión por quiénes se esconden tras una postura tan facilona.
Pero quien es un troll por miedo (porque, amigos míos, quién ataca de forma personal al estilo troloide, sin atreverse a mostrar su identidad, pero dejando patente su relación con la víctima, es un auténtico cobarde), es sencillamente una lacra, un cáncer, una persona dotada de una ruindad cainita que me hace vomitar, que lejos de dar lástima, solamente hacen removerse a Darwin en su tumba. ¿Tantos millones de años de evolución para llegar a esto…?
Autumn Castle
viernes, 5 de octubre de 2007
Máscaras, Trolls y Sirocos
De la Pluma de La Maladie de la Raison en 16:07
Etiquetas: El Palacio
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